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Tirana, la capital que busca color

Recientemente visité Albania y me gustaría compartir mis impresiones sobre Tirana, una ciudad en plena transformación y una de las capitales europeas más curiosas.


Tirana es, quizás, la única capital europea que carece de caso histórico. El hecho de haber sido poco más que una aldea hasta el siglo XVII y su escaso desarrollo hasta el XX conforman una ciudad que creció mayoritariamente en época socialista, hecho que dejado huella en su arquitectura y entramado urbano. Con todo, Tirana es una ciudad muy interesante, especialmente el hecho de observar el esfuerzo por convertirse en una urbe cosmopolita, europea y moderna. 


Una de las cosas que primero llama la atención al visitante son precisamente los rascacielos en
construcción
. Algunos de ellos parecen proyectos totalmente parados, dejando ver enromes esqueletos en pleno centro de la ciudad. Otros, terminados y con un cierto aire kitsch, propio de los países menos desarrollados que se han apresurados a realizar proyectos un tanto megalómanos. Uno de los principales problemas de estas operaciones más simbólicas que urbanísticas son que se localizan al rededor de la plaza principal de la ciudad, la plaza Skanderbeg, modelo de plaza socialista formada por una gran explanada rodeada de edificios racionalistas como la Ópera y el Museo de Historia Nacional. Estas nuevas moles desvirtúan la perspectiva del lugar más emblemático d Tirana. 


La capital albanesa ofrece una singular comodidad a la hora de ser visitada: prácticamente todo se encuentra en torno a la plaza Sakandrnbeg (nombre del héroe nacional, cuya estatua ecuestre se sitúa en esta plaza). Muy cerca se encuentra la Pirámide de Tirana,  proyecto de los hijos del dictador Enver Hoxha que nunca llegó a estar en uso. En los últimos meses se ha comenzado a  recuperar y es posible subir a la azotea donde se disfrutan vistas del skyline tiranés. Junto a la pirámide nos adentramos en el barrio Blloku. A primera vista se aprecia que es la zona favorita de los jóvenes de la capital. Entre edificios medio destartalados conviven decenas de restaurantes, cervecerías y cafés modernos cuyas fachadas y terrazas se llenan de plantas y

decorados pensados para Instagram. Las calles arboladas se distribuyen alrededor de la antigua residencia de Hoxha, conservada intacta pero sin aparente uso, quizás esperando a algún tipo de proyecto. No muy lejos, apenas 10 minutos, se encuentra el lago artificial de Parku i Madh, lugar lleno de familias y jóvenes (y a diferencia de otras zonas de la ciudad, muy limpio). Entre tanto, calles llenas de comercios, fruterías, alguna que otra franquicia, mientras observamos el boom inmobiliario de los 90 conviviendo con edificios gubernamentales, parques, búnkeres, grandes avenidas y originales semáforos con cuerpos de leds.

 Volviendo al centro, encontramos la mezquita de Et'hem Bey, la más antigua de la ciudad y uno de
los pocos edificios de Tirana anteriores al siglo XX. La mezquita nueva, inspirada en Santa Sofía de Constantinopla, alza sus minaretes junto a nuevos rascacielos, desafiando a una sociedad cada vez menos religiosa. También cerca se encuentra la catedral ortodoxa, auténtico monumento kitsch, y la catedral católica, también de reciente construcción. También interesante resulta la visita a la antigua fortaleza Toptani (familia de nobles con los que, parece, la ciudad truncó su progreso en el siglo XVII), aunque de ésta sólo queda la muralla de acceso. Un espacio convertido en el Candem de Tirana, orientado más al turistas que al local.


En Albania existen más de 150.000 búnkeres que Hoxha mandó construir por temor a una invasión extranjera, la cual nunca se produjo. En Tirana existen cientos de ellos. El Bunk'Art 2 es una visita totalmente recomendable e imprescindible. De hecho es, junto con el barrio Blloku, lo que más me gustó de la ciudad. La visita al búnker no es apta para claustrofóbicos (menos aún teniendo en cuenta la cantidad de visitantes con los que hay que pelearse por recorrer sus pasillos). En realidad es un museo de la historia reciente de Albania, desde su independencia del Imperio Otomano en 1912 pasando por la resistencia antifascista llegando hasta la represión del terrible régimen comunista, reservando algunas salas para reproducir las estancias originales del búnker. 


Otra de las visitas obligadas es el Museo de Historia Nacional. No espere el visitante, no obstante, encontrarse algo parecido a un museo occidental. A pesar de su interesante contenido, es un edificio de enormes dimensiones donde simplemente han ido colocando, sin mucho criterio, piezas de la Historia albanesa desde la Prehistoria hasta el final del comunismo. La mayor parte de las explicaciones están solamente en albanés, la iluminación es terrible, no hay aire acondicionado (tan solo enormes ventiladores) el personal es escaso y no te reciben precisamente con los brazos abiertos. Parece que el tiempo se congela dentro del museo (quizás esa sea la gracia) y desvirtúa una visita que podría ser mucho más interesante. Este centro cultural, llamado a ser un lugar clave para el turismo de la ciudad, necesita de una enorme inversión y una vuelta de tuerca. Sin duda, sus responsables deberían no sólo esperar a turistas sino salir y tomar nota de técnicas museísticas. 

También en el centro se encuentra la Casa de las Hojas, la cual declinamos visitar puesto que el
contenido parecía muy similar al del búnker. 

Como consejos para aquellos que visiten la ciudad próximamente, se debe tener en cuenta que a los albaneses les gusta muy poco el uso de la tarjeta de crédito. En los museos sólo se puede pagar en efectivo, y en la mayoría de restaurantes se niegan, al menos de primeras, a sacar el datáfono. Pese a lo que habíamos leído, no se suelen aceptar euros (sí en cambio en las ciudades costeras). 


Tirana es una ciudad que lucha por ganar color. La capital del país más pobre de Europa es sin duda una de las bazas de este Estado para su progreso económico. De ser símbolo de aislamiento, cerrazón cultural, social, económica y política a una ciudad en la que se deja ver un espíritu de inquietud, búsqueda de futuro y aspiración a formar parte de la Europa unida. En definitiva, chapa y pintura para una ciudad que busca color tras décadas de gris. 

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