En 1868 tuvo lugar en España la denominada "Gloriosa", la revolución que supuso el destronamiento de la reina Isabel II, dando paso al Sexenio Democrático. La revolución dio lugar a la redacción de una nueva constitución, la de 1869, que proclamaba una monarquía constitucional en el empeño de llegar a un régimen político democrático. Pero... faltaba un rey. La dinastía Borbón estaba desprestigiada y exiliada, y fueron varios los candidatos que se propusieron. El elegido fue el italiano Amadeo de Saboya: joven, progresista, católico, valiente, masón y con justificación histórica en sus derechos al trono de España. Sin embargo, su llegada a nuestro país estuvo marcada desde un principio por los malos augurios, ya que su principal apoyo político, Juan Prim, fue asesinado el mismo día en que Amadeo partió hacia Madrid.
Duró muy poco en el trono, apenas dos años. La "profecía" a la que nos referimos no es más que su carta de despedida, su renuncia ante las Cortes. Tras presentarla y sin esperar a que éstas se pronunciasen, él y su familia abandonaron España hacia Turín, donde vivió el resto de su vida, que no fue muy larga. Leer esta renuncia es casi como leer un resumen de la situación actual. Veamos algunas frases:
''Grande fue la honra que merecí a la nación española eligiéndome para ocupar su trono; honra tanto más por mi apreciada, cuanto que se me ofreció rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado.
(...) Decidido a inspirarme únicamente en el bien del país, y a colocarme por cima de todos los partidos, resuelto a cumplir religiosamente el juramento por mí prometido a las Cortes Constituyentes y pronto a hacer todo linaje de sacrificios por dar a este valeroso pueblo la paz que necesita, la libertad que merece y la grandeza a que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho (...) en las simpatías de todos los españoles amantes de su patria, deseosos ya de poner término a las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas.
(...) Dos años largos ha que ciño la corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada vez más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fuesen extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados tan valientes como sufridos, sería el primero en combatiros; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la nación son españoles, todos, invocan el dulce nombre de la patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cual es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males.
(...) Lo he buscado ávidamente dentro de la ley, y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien ha prometido observarla.
(...) No había peligro que me moviera a desceñirme la corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los españoles
(...) Estad seguros de que al despedirme de la corona no me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarla todo el bien qué mi leal corazón para ella apetecía.
Amadeo de Saboya, Palacio Real de Madrid, 11 de febrero de 1873
Sobran las palabras
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