"Volver a empezar" (1982), el largometraje con el que Garci ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera, comienza con una secuencia de unos 4 minutos del Gijón de principios de los ochenta en el que las chimeneas, trenes, grúas y humos tienen un papel protagonista (tanto en la secuencia como en la vida real). Pero treinta y pico años después y ante la pregunta que plantea el título de esta entrada, la respuesta es sencilla: nada. Bueno, casi nada.
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Secuencia de "Volver a empezar", con el Gijón de 1982 |
Lo cierto es que los diferentes planes urbanísticos de Gijón, encaminados a solventar el gran caos urbano de la ciudad fruto de su rápido progreso (calles estrechas, edificios gigantes, fábricas sucísimas integradas en la trama urbana...) barrieron casi por completo las instalaciones industriales de la villa asturiana. La industrialización gijonesa, que comenzó en el siglo XIX, tuvo su último impulso en los años 50 y 60 del siglo XX convertida ya en polo de desarrollo, pasando de 78.000 habitantes en 1930 a 124.000 en 1950. Treinta años más tarde Gijón había multiplicado su población y tenía 256.000 habitantes, cifra que no ha dejado de crecer hasta los 275.000 actuales a un ritmo mucho más lento. Así se entiende mejor el caos urbanístico al que se sometió esta ciudad.
Gijón, antaño una de las urbes más industriales de España, fue una ciudad que miraba al exterior y al interior. Al exterior (mar) donde daba salida a millones de toneladas anuales de productos, y al interior (valles mineros) de donde venía el mineral con el que mover tan ingente maquinaria. Con el paso de los años, y tras agónicos procesos de reconversión que desembocaron en grandes movimientos sociales, Gijón ha borrado gran parte de su huella industrial aunque en sus afueras sigue conservando dos de los últimos altos hornos de España (Arcelor Mittal) y una cementera en activo. En su interior el puerto de El Musel es el gran proyecto económico-industrial que lamentablemente no termina de aprovechar su potencial a pesar de inversiones hipermillonarias.
La regeneración urbana de Gijón se ha hecho sin atender prácticamente a ningún tipo de criterio patrimonial. Se optó por derribar sin miramientos todo lo que era industria, destruyendo por tanto una parte fundamental de la esencia de Gijón, la huella para entender su Historia.
La chimenea de Poniente, que perteneció a la Compañía de Maderas Castrillón, es un ejemplo de diccionario de patrimonio descontextualizado. Junto a la playa artificial de Poniente se alza esta preciosa chimenea de ladrillo, quizás la más antigua que se conserva en Asturias, rodeada de edificios de apartamentos de lujo.
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Chimenea de ladrillo en el paseo marítimo de Poniente |
Se trata en realidad de una zona, la de Poniente-Natahoyo-La Calzada, de la que se ha desmantelado prácticamente todo el patrimonio, entre ellos astilleros más que centenarios con una gran historial económico y social detrás. En 2009 se derribaron las grandes grúas del Natayoho, vestigio visual de la actividad de los astilleros (las que podemos ver en la película de Garci). Las siluetas de estas grúas formaban parte esencial del "skyline" de Gijón y estaban asumidas por sus vecinos. Los astilleros Juliana se conservan en parte y son utilizados desde hace unos años para alojar La Semana Negra, así que al menos podemos disfrutar de ellos durante 10 días al año. Las posibilidades de este lugar (sin falta de derribar salvo aquellas estructuras que carecen de valor artístico-técnico e histórico) son enormes.
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Las grúas de Juliana eran elementos icónicos de Gijón |
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La capilla de San Esteban contrastaba con las estructuras industriales del barrio de Natahoyo |
Si uno se encuentra de repente con un parque en Gijón y tiene un nombre raro, probablemente fue porque alojó una fábrica. Por ejemplo, el Parque del Gas, muy cerca de la playa de San Lorenzo, o el Parque de Moreda, lugar donde hasta hace poco se levantaban los restos de la antigua siderúrgica de Moreda, una de las tres grandes siderurgias decimonónicas de Asturias (junto con Mieres y La Felguera) que hicieron de esta región la capital del hierro y acero de España. Mismo caso son los parques de Laviada, nombre industrial que estaba presente en otros lugares del Principado. Al menos, se conserva el nombre.
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El Parque de Moreda rehabilitó una zona terriblemente degradada, pero perdió toda huella de su pasado |
Casos exitosos de conservación del patrimonio industrial son La Tabacalera, primera fábrica de importancia instalada en Gijón. En realidad el edificio es preindustrial pues se trata de un convento desamortizado utilizado desde 1842 como fábrica de tabacos. Otro ejemplo de tratamiento del patrimonio industrial es la ciudadadela de Celestino Solar, uno de esos barrios ocultos de infraviviendas que se formaban en los patios de luces y que crecieron como la espuma en las ciudades industriales.
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Antigua Tabacalera en la Plaza del Lavaderu (el lavadero se derribó) |
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La ciudadadela de Celestino Solar está musealizada desde hace unos años y nos habla de las condiciones de vida de cientos de familias gijonesas |
Otro ejemplo de conservación es la nave de Cristasa de 1910, hoy centro de empresas, un elegante edificio de ladrillo con chimenea al más puro estilo inglés. Por otro lado, parte de la antigua Estación del Norte se conserva y es hoy el Museo del Ferrocarril de Asturias. No corrió la misma suerte la Estación de Langreo, derribada para construir otra más moderna (y más fría y anodina) a mediados del siglo XX, la cual también ha sido derribada recientemente con las obras de soterramiento. En las afueras de Gijón se ha recuperado los antiguos talleres de la Universidad Laboral, con sus espectaculares techumbres (hoy Centro de Arte Ciudad Laboral) y se han protegido recientemente las instalaciones de La Camocha, una de las minas de carbón asturianas que se situaban cerca del mar y no en los valles mineros.
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Cristasa, una de las pocas naves centenarias conservadas en Gijón |
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Durante unos días de julio, los diques del antiguo astillero Juliana se abren para acoger la Semana Negra |
Estos ejemplos no son sino necesarios para que no se cometan los errores del pasado, borrar de una vez por todas la mentalidad de que el progreso es derribar y construir. Que si hay un complejo de instalaciones industriales centenarias que tiene un alto valor histórico, artístico, técnico y sentimental, no es necesario echarlas abajo para construir edificios que alberguen instalaciones que estas áreas podían haber albergado tras un plan de rehabilitación. Que un tallerón puede convertirse perfectamente en un semillero de empresas, apartamentos loft o dependencias administrativas. Esto no significa que todo sea conservable o de que no se puedan hacer cambios sustanciales en sus estructuras para adaptarlas a la ciudad nueva. Se trata de buscar un equilibrio entre el desarrollo de la ciudad y la conservación de los elementos que la identifican. Ahí es donde entran los técnicos de patrimonio, con los que normalmente no se cuenta en este tipo de operaciones (así nos va). A nadie sorprende que el valor de un espacio histórico lo decida una persona que, siendo muy capaz en otros campos, no se ha preparado para esto. Cuantificar los daños les tocará a las generaciones futuras, que tendrán más difícil entender nuestro presente. Y no se trata sólo de una acción romántica o científica por la Historia, sino también por la propia estética y por construir en definitiva una ciudad mejor, pues gran parte del patrimonio que perdemos es de una belleza formal evidente y su integración en las estructuras urbanas actuales ofrece un resultado bellísimo.
Gijón aún puede salvar algo de su esencia histórica. ¡Esperemos que lo consiga!
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